Agarrado de la piedra, de la primer piedra, que para el quedaba en la ultima piedra, con los dedos entumecidos, muy entumecidos, dolorido del tiempo pasado agarrado de ahí, no se animaba a pensar ni en un intento de mirar que había abajo.
Era tan contrapuesta la fuerzas, como dos mares, chocando, y lo peor, en algunos momentos le daba la sensación de que se abrazaban, todo esto lo imaginaba, por culpa, o gracias a sus lecturas esporádicas de cuentos hermosos y terribles, de locos y hadas, cuchillos y ojos, secretos mal contados, por culpa o gracias, como decía, el había aceptado que el cielo y el infierno, eran meras creaciones de algún cagón, que no se animaba, ni se animo, a hacer lo que sentía.
Pero liberado de geografías subterráneas y nubes habitadas de plumas y edipos, se había quedado sin Dioses, ni parientes, ni la incertidumbre de pensar que hay después de esto que le dicen vida. Pero lo loco era que no se animaba a soltarse, algo lo había puesto ahí, no sabia que, se sentía el ultimo hombre y el mas fuerte, como si estuviera a cargo de cuidar mil barriletes, todos en sus dos manos, imagínense, en los vientos de hoy,que siempre los abuelos dice que antes no había tanto viento, como no había putos y que robaban menos con los militares.
y cayo. soltó todos los barriletes.
Rocio escucho el ruido en su ventana, y ahí lo vio, en su patio sacudiéndose la ropa de la pared de revoque grueso, y con la florcita amarilla, de esas bien de primavera, que nacen en los campitos, al lado del caminito donde vuelven los chicos en bici desde clases, y que jamas se borraran, los caminos ni los niños. Ahí estaba, bordo de los nervios, avergonzado. Enamorado, simplemente enamorado.